Félix Hoffmann nació el 21 de enero de 1868 en Ludwigsburg, Alemania, en una época en la que la química y la farmacia estaban sentando las bases de la medicina moderna. Tras completar sus estudios iniciales, se graduó en Farmacia en la Universidad de Múnich en 1890 y, pocos años después, en 1894, obtuvo su doctorado en Química bajo la tutela de Adolf von Baeyer, futuro premio Nobel.
Ese mismo año, Hoffmann ingresó en Bayer, compañía que comenzaba a expandir su actividad desde los colorantes hacia la química farmacéutica. Allí encontró el espacio ideal para desarrollar su talento investigador.
Fue en Bayer donde realizó el trabajo que lo inmortalizaría: la sintetización estable del ácido acetilsalicílico (AAS), un compuesto ya conocido pero difícil de purificar y utilizar con seguridad en la práctica clínica.
La motivación de Hoffmann fue personal: su padre sufría de artritis reumatoide, y los tratamientos con salicina natural causaban graves problemas digestivos. Decidido a encontrar una alternativa, en agosto de 1897 logró sintetizar un derivado estable y tolerable del AAS.
De este hallazgo nació la aspirina, comercializada poco después por Bayer y convertida rápidamente en uno de los medicamentos más influyentes y consumidos de todos los tiempos. Analgésico, antipirético, antiinflamatorio e incluso con aplicaciones preventivas en el ámbito cardiovascular, la aspirina ha acompañado a generaciones enteras.
Aunque la aspirina fue su gran legado, Hoffmann también participó en otras investigaciones de la compañía, entre ellas la diacetilmorfina (heroína), concebida inicialmente como sustituto de la morfina. Sin embargo, pronto se descartó su uso terapéutico por su alto potencial adictivo.
Hoffmann trabajó en Bayer hasta su jubilación en 1928. Vivió de manera discreta, alejado de protagonismos, y falleció el 8 de febrero de 1946 en Suiza, a los 78 años.
Más allá de la molécula que cambió la historia, la trayectoria de Félix Hoffmann refleja la esencia de la farmacia como ciencia aplicada a la vida real. Su trabajo demuestra cómo la combinación de conocimiento, método y sensibilidad hacia una necesidad concreta puede transformarse en un avance de alcance universal.
Más de un siglo después, la aspirina sigue siendo uno de los fármacos más utilizados, estudiados y valorados en la medicina.